sábado, 14 de febrero de 2009

La caída de la moto

Solo he montado en moto tres veces en toda mi vida. La tercera (y última) de esas veces me caí. Decidí no levantarme, porque me dolían las heridas. No fui capaz de volver a subirme nunca más, por eso. Pasado el dolor, otra cicatriz aún perdura. Se llama miedo. Un experto motorista me reprendió una vez y me aseguró que si te vas al suelo tienes que ponerte en pie en el mismo instante o, si no lo logras hacer así, ya nunca más volverás a hacerlo. Eso me pasó a mí. Y precisamente de esa experiencia me acuerdo al ver un nuevo caso de violencia en las aulas. ¡Lamento que mi asociación de ideas sea tan caótica! El profesor, tras recibir la agresión, decidió volver a clase al día siguiente. Todavía con los golpes y los hematomas sobre la piel. Todavía la madre del zagal seguía en los medios de comunicación, justificando a su mozuelo. Con la cabeza turbia y las manos temblorosas, imagino a ese hombre abrochándose la camisa, tomando el maletín y saliendo de casa. ¿Intuyen cuánto miedo tendría?

Durante las horas previas, todo el centro escolar murmuraría si sería capaz, si tendría arrestos. ¿Imaginan los primeros instantes de aquella clase, la tiza en la mano, las ganas de reír, de llorar, de golpear la pared y de implorar que aquello no es justo? ¡Porque no lo es! ¡Porque nuevamente vuelve a no serlo! A todo el mundo le parece mal, claro. La violencia es mala: eso está claro. Todo el mundo habla, todo el mundo se duele ahora… ¡pero nosotros seguiremos jugándonosla cada día y ya no nos basta con un poco de solidaridad aislada! ¿Es que eso nadie lo ve? Mañana se olvidará todo, nadie lo mirará diferente y… ¿después qué? ¿Dónde se dará el siguiente caso? ¿Cuántas columnas como esta tendré que escribir? ¿Cuánto tiempo tardará mi editor en decirme que ha dejado de ser noticia y que me busque otro tema? Pero, de todo, lo que más me preocupa es cuántos se suben a la moto, sin decir nada, y tiemblan mientras leen estas palabras, y recuerdan el golpe, una y otra vez, por hacer su trabajo con amor, por esforzarse cada mañana por ofrecer una alternativa a los chicos, por tratar de cambiar el mundo. ¿Eso es lo que nos merecemos?

Las guardias suelen ser extrañas. A veces en ellas no ocurre nada. Otras veces se convierten en los peores momentos de la semana. Son… imprevisibles. El docente recorre un pasillo. Imagino la calma vívida de dentro de las aulas, como si la viviera cada día. Confuso, descubre a uno de los chicos en el pasillo. No debe estar ahí y él se limita a aplicar la norma. Ya está. Eso es todo. Estaba expulsado. Un par de patadas. Nos movemos en esos tensos minutos que transcurren entre que el jefe de estudios firma el parte de expulsión y el responsable legal del muchacho se acerca al IES a recogerlo. Mientras estás en el limbo, nada ni nadie puede decirte nada. No existe algo más peligroso que una persona que no tiene nada que perder. Bueno, vale, lo retiro: hay algo más peligroso. Las personas que no tienen nada que perder y que están drogadas son aún más peligrosas.

Corolarios. UNO: considero necesario poner guardias jurados en las puertas de muchos centros. DOS: sería interesante contar con educadores sociales en los IES para tratar con los alumnos que presentan perfiles potencialmente agresivos y que escapan a nuestras capacitaciones. TRES: los docentes que sufren agresiones deberían tener la opción de cambiar de Centro, de forma digna e inmediata. CUATRO: la Ley del Menor ampara demasiadas carnicerías y es necesario endurecerla. CINCO: los problemas de convivencia seguirán existiendo mientras no haya una alternativa eficaz para todos aquellos alumnos que no quieren estudiar y que han de seguir escolarizados. SEIS: ¿por qué los docentes no nos movilizamos de forma contundente, por fin? SIETE: ¿y para cuándo seremos autoridad? OCHO: me encantaría ver verdaderas redadas en busca de droga, en muchos centros y castigos ejemplarizantes, a diario. NUEVE: ¿para qué sirven los planes de “escuela: espacio de paz”? Nuevamente ocurre una agresión en un centro acogido a este marbete. ¿Por qué no invertir en personal cualificado y derogarlos? DIEZ: sería interesante meditar el pago de un “plus de peligrosidad” para todos aquellos docentes que trabajan en centros costeros, en barrios suburbiales, en contacto con minorías conflictivas. El agravio comparativo es grande. Ellos realizan un trabajo diferente y deberían cobrar más, puesto que realizan un trabajo más peligroso.