Partamos de la base de que no ha pegado a ningún alumno y de que justifica religiosamente todas sus faltas. Prefiero no dar su nombre. Al fin y al cabo, nadie va a conseguir expulsarlo del cuerpo por más que se le presione y, por ende, no está bien alarmar a los padres de una situación que no tiene arreglo. Creemos que posee una seria enfermedad psicológica. Y no es broma. Sus conductas son anómalas. Realiza actos irracionales y no da buenas clases. Acoto: me atrevería a decir que “no da clases”, pero no quiero opinar sin conocimiento de causa. Yo no estoy allí. Soy docente, no alumno. Eso sí, las leyendas sobre lo que hace en sus sesiones darían para rellenar cuatro o cinco escritos como este. Y por las tardes es aún menos discreto. Se cuenta que una vez se bañó en la fuente del pueblo, que agitó sus genitales al paso de un cortejo fúnebre, se marcha sin pagar de los bares y las limpiadoras del Centro han pedido que no las dejen solas por las tardes. Esa es la consigna: si él aparece, todos cierran las cancelas y el paso no está permitido. Es necesario cerrar con llave en todo momento y el equipo directivo ha de autorizarte expresamente la entrada, fuera del horario escolar. Todo por él. ¡Y estoy hablando de un profesor! Tiene el mismo cargo y las mismas responsabilidades que yo, pero se comporta como un auténtico alienígena.
Es cierto: no ha hecho nada grave, pero ha hecho todo aquello que no es grave. Las guardias no las cubre, confunde papel Albal con alijos de coca y se cuenta que una vez dejó una bolsa repleta de pescado crudo en los armaritos de un aula con el consiguiente hedor, posterior a la putrefacción, y con el consecuente escándalo de todos los adolescentes circundantes, descubierto el pastel. Claro, no es grave. Nadie puede echar del cuerpo a un compañero por apestar un armario, por culpa de rumores sobre su estado mental y… ¿Acaso es posible comprobar con un análisis médico si todo esto es serio o no? ¿Acaso él está obligado a rendir cuentas de sus capacidades neuronales? Más bien no. Ahí sigue. Mientras muchos de los nuestros temen que abramos el telediario algún día, ahí sigue. Y muchos no podemos quitarnos de la cabeza aquel fin de semana en que tuvo la feliz idea de perseguir a varios adolescentes con el coche. Fue a horas intempestivas. No queda probado que existiera voluntariedad. Nunca algo es lo suficientemente grave porque certezas hay pocas, dado que la opinión de nuestros alumnos no deja de ser el testimonio de adolescentes. Ahí seguimos. En las mismas. La Administración se cansa de recibir quejas de los padres, de los directores que lo soportaron antes, de todos nosotros. En realidad, no existe ningún mecanismo que posibilite excretar a un docente defectuoso. El sistema es majestuoso, pero… ¿Qué se hace en momentos así, cómo se lucha contra individuos así?
Este será su tercer expediente disciplinario abierto. El otro día fueron cinco las horas que la Inspección pasó evaluando qué podía hacerse. Algunos alumnos declararon. Muchos de nosotros tuvimos que poner por escrito que no cumple con sus obligaciones. Sin embargo, no confiamos en que todo esto sirva para algo. Tendrá la opción de recurrir, pasarán los meses y, mientras tanto, los chicos seguirán encerrados con él. No aprenderán la asignatura que imparte y seguiremos en boca de todos. Cada mañana nos preguntamos por dónde seguirán sus desvaríos, si sabe lo que hace, si sabe demasiado bien lo que hace, o si estamos poniendo en unas manos inconscientes las vidas de muchos seres frágiles. La Inspección nos reitera que nada puede hacerse, que no está en sus manos terminar con esta tensión perenne. Ni los padres tienen voz, ni la tenemos nosotros, ¿está llamado a ganar él, en esta lucha?
Con frecuencia suplico que se defienda a los docentes. Con frecuencia solicito a la sociedad respeto, prestigio y comprensión. Sin embargo, y de pronto, me doy cuenta de que sí existe impunidad extemporánea para pecados mucho más serios y delicados. Al Capone fue arrojado a las mazmorras por incumplir con los tributos viarios. Una conducta inadecuada, sistemáticamente anómala, tantos docentes que corrompen con su abulia las conciencias de nuestros estudiantes, está a salvo. Errores de forma cuestan más caros. Si no golpeas, física, sexual o moralmente, si justificas tus faltas, si estás, aunque no estés, basta. ¿Qué provoca que te echen? ¿Cómo has de actuar si descubres que un compañero está poniendo en peligro la educación de los hijos de los demás? ¿Cómo te comportas si tienes la sospecha de que otro docente supone un riesgo para la integridad de los demás? Acepto ideas. Me vendrán bien. Estamos perdidos.