miércoles, 16 de septiembre de 2009

El dragón y el combate

No recuerdo nada. ¿Golpearía mi cabeza con la mesita de noche, tal vez? Me he despertado jadeando. La camiseta del pijama está empapada en sudor y todavía me tiemblan las manos. No sé si fue por el calor propio del inicio de septiembre o si… No huelo a alcohol, no tengo pinchazos en los brazos. No recuerdo nada, ¡en serio! He tenido una pesadilla atroz, eso sí es seguro, que espero me aporte datos sobre mi vida. Tras eso, creí ver un destello incandescente y mi visión se quedó en blanco. Pasan los minutos y algunos datos sencillos atracan a/en mi mente (el nombre de mi madre, el modelo de mi coche, el nombre de mi equipo de Hattrick…). Pero no recuerdo a qué me dedico, por más que lo intento. Poco a poco recuerdo el nombre de mis amigos y de mis familiares, el mío propio; recuerdo cómo se llama cada uno de los personajes de la última novela de Juan José Millás e incluso me parece recordar que yo solía escribir para El Mundo. Eso sí, ¡no tengo ni idea de a qué me dedico! ¿Cuál era mi profesión antes de pegarme este porrazo en la cabeza? ¿Alguien puede ayudarme?

Cada año que pasa, y ya van cuatro, logro desconectar más y mejor de mi trabajo cuando llega el verano. Por desgracia, acabo de despertarme demasiado desorientado y dudo que esto tenga arreglo. El verano me ha pasado factura. Veo los restos de un vaso roto sobre el suelo y un viejo maletín que yace junto a la cama. En el sueño se arremolinaban muchos niños gritándome insultos, ¿sería militar? ¿Guardiacivil? Me miro en el espejo y descubro que no tengo pinta de haber portado un arma en toda mi vida. Mi condición física no da para pertenecer a los cuerpos de seguridad del Estado. En el sueño todos me hablaban de julio; en el sueño, los niños del sueño, de la llegada de julio me hablaban... ¡Julio! ¿Dónde quedó esa página? Me pongo de pie de golpe. En mi habitación, en una esquina, existe un calendario presidido por las iniciales “CEP”, que nada me dicen en este instante. Alguien la arrancó de mi calendario, la página de julio, y no me di cuenta ni siquiera, de que había pasado. ¿Y qué ocurrió con la de agosto? ¿Cómo se fue? ¿Dónde queda? No lo recuerdo. Me llevo la mano al pecho y siento que me falta el aire, respiro con dificultad.

Poco a poco me voy centrando en pequeñas certezas. Yo… hablaba en público. Alguna vez me echaban cuenta, pero tengo la sensación de que mis palabras se llevaban mal con los oídos de mis receptores. Recuerdo esa tensión, sí. Todos esos ojos frente a mí, restañando y esperando un fallo. ¿Combatí en el Vietnam? Yo vivía exiliado, a más de trescientos kilómetros de la dirección que aparece en mi DNI. Eso lo he descubierto porque tenía sobre la mesa muchas facturas de gasolina, junto a una serie de cuentas realizadas a lápiz. Mi letra parece pulcra y el lápiz estaba bien afilado cuando lo utilicé. ¿Sería un portaminas? Trato de buscarlo y hallo junto a él un trozo de tiza. ¿Qué persona normal guarda tiza en un cubilete de lápices? Voy atando cabos y me asusta darme cuenta de que las tizas están gastadas… ¡No, no puede ser! ¡Eso no! ¡No puedo ser profesor! Busco posibles interpretaciones alternativas y durante unos segundos me hace feliz imaginar que quizá tengo hijos, aunque no me acuerde de ellos. Es posible que les ayudara con la Lengua, puesto que tengo dentro de un cajón un libro de texto de tercero de la ESO. Me aterra un poco que los ejercicios están realizados en los márgenes con mi propia letra. Una de dos: o soy profesor o soy un padre que está malcriando a sus hijos. Cierro los ojos y deseo con todas mis fuerzas que la interpretación correcta sea la segunda.

Y, de pronto, ocurre. Caigo de rodillas sobre el suelo. Dejo caer, en un segundo momento, mi cuerpo hacia atrás y me veo tumbado totalmente sobre el piso del piso, mirando al techo, abrumado por todo aquello en lo que llevo dos meses sin pensar. Recuerdo mi vida, recuerdo la labor que tengo por delante, la responsabilidad, la dejadez de la Junta, los gritos y las inseguridades. Recuerdo mil y una historias, mil caras que dejé indicadas, el inicio del fin, el rugido feroz del Dragón, frente a una nueva apocalipsis. Era profesor. ¿Lo seguiré siendo?