miércoles, 16 de septiembre de 2009

Pandemia y pandemónium

“Pandemia” es, ni más ni menos, que una enfermedad que se propaga a través de muchos países. Hay un no sé qué en la citada palabra que me recuerda a “pandemónium”. “Pandemónium” es la capital imaginaria del reino infernal. “Pandemónium” es como decir “instituto”, pues es sinónimo también de lugar de confusión y de ruido extremo. Sí, eso es. ¡El juego de palabras no puede estar más a huevo! ¿Me permiten, por tanto, que a mi centro de este año lo bautice así? Desde este mismo instante trabajo en el IES Pandemónium. Y es curioso porque en el IES Pandemónium todo amenaza con convertirnos en el IES Pandemia. Lo crean o no, suena parecido, pero no es igual.

Arranca el curso y me acuerdo de la sangre de cordero sobre los dinteles de las puertas judías, para escapar así del ángel exterminador. ¿Acaso los ministros tendrán acceso a la vacuna? ¿Acaso el presidente del Gobierno no será pinchado? Se terminó la sangre y nosotros vamos a ser el cordero. La sangre no da para todos y ello hace que nos reste solo esperar a que los sicarios vengan a por nosotros. Estamos vendidos y pronto estaremos vencidos. Pronto llegarán el caos, los gritos, las fiebres de cuarenta con sus delirios incluidos. Lo primero que haré, cuando descubra que estoy infectado, será sonarme los mocos y mandarle un clínex-bomba, en una carta con membrete oficial, a los responsables de esta atrocidad. Me imagino a los cuatro o cinco inspectores y jefecillos abriendo la carta y descubriendo por de pronto, con el pañuelo usado entre sus dedos, que ya es demasiado tarde para tratar de escapar. ¡En toda la geodésica!

No pienso nombrarla. Eso sí, me apuesto un café con todos los lectores de Andalucía a que antes de enero les escribo una crónica febril. Como no la pesque, es cierto, me arruino. ¿Cuántos lectores tendré? ¿Cuántos cafés tendré que pagar si no me contagio? Es igual, me apuesto un café con todos ustedes. Y que conste que no cobramos tan bien los profesores (y más ahora que a los funcionarios nos van a congelar el sueldo), pero estoy tan seguro de que convivir con trescientos adolescentes en un cuartito cerrado me acarreará lo previsto que estoy dispuesto a jugarme mis emolumentos de varios meses. ¿Qué harían ustedes si estuviesen embarazadas? ¿Irían a trabajar poniendo en riesgo, más de lo habitual, su salud y la de sus proyectos? Si ustedes tuvieran cualquier tipo de enfermedad crónica, lo suficientemente soportable como para no ser pinchados, ¿se meterían en un aula de veinte metros cúbicos de aire? Después que nadie se nos queje si los vástagos ajenos se quedan solos, si hay epidemia de bajas. Que nadie se queje si nos plantamos, si caemos como moscas, si alargamos más las bajas de la cuenta. Lo que va a pasar se puede evitar. Va a ser caótico y católico. Cuando comencemos a faltar, será tarde. ¿Tan difícil es esperar a que lleguen las vacunas? ¿Tan duro es que la conciliación familiar se reconcilie también con las nociones más básicas de prevención en riesgos laborales?

Dar clases será más que nunca un infierno. Tú le pones un parte y el adolescente te tose en la cara y te deja en el dique seco una semana. Ya tengo en la cabeza la apocalíptica imagen de todos los chicos con sus mascarillas verdes frente a ti, en el aula. A ver quién es el guapo que descubre quién está hablando, en esas condiciones. Si escuchas un rumor y todos los labios están tapados… ¡esto se convertirá más que nunca en un enigma policial! También imagino el calorcito del plástico en las comisuras, mientras tratas de relatar cómo se descompone un polinomio. ¡El más difícil todavía se acerca! Entiendo que el personal sanitario esté por delante de todos nosotros, pero está un poco feo que ni siquiera nos hayan dado esperanzas de salir indemnes de esta. La solución de la Administración parece sencilla. Se nos pide que enfermemos escalonadamente y que lloremos poco.