miércoles, 4 de agosto de 2010

Alicia en su país (inédita)

“Estamos en la tierra de nadie, pero es mía. Los inocentes son los culpables, dice su señoría. No cuentes qué hay detrás de aquel espejo o no tendrás poder, ni abogados, ni testigos”. Esta frase está sacada de una canción desgarradora. Perdona, Charly, por la herejía. Prometo no desvelar de qué hablabas. Y si alguien quiere saberlo, pese a todo, que investigue. O que tome un avión y le pregunte a las madres de la Plaza de Mayo, pues seguro que ellas tienen la respuesta, aunque nadie se la haya dado.
Siento la comparación. Empiezo fuerte. Vivimos en un país odioso. Estoy cabreado porque los que asumen el poder son los más ineptos. Te acusan de no respetar su trono y de no saben mirar entre líneas: lo que les asusta no es tu osadía, sino el reflejo de su propia estupidez sobre ti. No sé si me entienden: con frecuencia este cortijo nuestro, esta Andalucía nuestra de pandereta, donde los poderosos tienen el culo como pandorgas aunque se definen como rojos, otorga autoridad moral a muchos que no tienen valor ni para oler lo que procede de la roña de su propio ombligo. Nos utilizan, juegan con nosotros, con la gente honesta, y con frecuencia los jóvenes nos vemos sobrevolando la nieve, sin entender qué hay detrás de una redacción dificultosa, de una convocatoria extraña, de oposiciones donde algunos tienen las respuestas subrayadas en lápiz. Y no se dan cuenta de lo que hacen, de lo que dicen, de ese aire ocultista que todo lo impregna. Lo que hace que Andalucía funcione es la inercia. Sin inercia, se caerían hasta los aviones.
¡Maldito socialismo! ¡Maldito modelo! Cada día salgo al ruedo de las clases, de las clases sociales y de las otras, y me la juego por ellos. Yo y muchos como yo. En su nombre. En ese mismo nombre que maldigo, paradoja. Pero ellos llegan, firman, se hacen las fotos, cuentan las noticias, y te hacen creer que no existe nada al otro lado del espejo, que Alicia desapareció sin más. No desapareció, se la quitaron de en medio. La secuestraron y la violaron. Por escribir columnas como esta, por cierto.
Estoy enfadado, lo siento. Cristalicen este cabreo sobre su jefe, pues seguro que se parece al mío. Estoy enfadado porque vivimos en un sistema falocéntrico donde el que llega no es el que más ha trabajado, sino el que tiene más amigos. Hablo de educación y hablo de todo. Hacer las cosas bien, con frecuencia, te lleva a sentirte tonto. No hablo de nada, porque hablo de todo. Hablo de las licencias de obra, de las VPO, hablo de los trabajos asignados en los pueblos, de la ausencia de empresas productoras y de la venta de materias primas, de las subvenciones a las grandes familias. Hablo de que al final, cuando tratas de gritar, cuando intentas cambiar las cosas, darle la vuelta a la tortilla sin huevos del sistema, trabajas por tu sociedad y te esfuerzas… te estrujan entre papeles, inspecciones, formularios y libros de actas. Te extorsionan y tratan de callarte. La esperanza no vende. La libertad para proclamar esperanza, menos.
Tengo más lectores cuando escribo cabreado porque la gente está cabreada y no se da cuenta. La gente quiere protestar y no se atreve: por eso las columnas más bestias son las más celebradas. ¿Y quién tiene la culpa de eso? Yo, no. Porque nadie me escucha. No supongo nada, no creo opinión: no tengo criterio, pues soy un niñato, en manos de un sistema que no entiendo. No hay respuestas y no hay libertad en Andalucía. Ea, ¡ya lo he dicho! Si Larra viviera, celebraría su aniversario con otro disparo. Al fin y al cabo, escribo con seudónimo, como él, porque si no lo hiciera así, ahora mismo vendería hamburguesas en alguna franquicia globalizadora. Y no es plan. Me gusta dar clase. ¿Por qué lo dudan? Amo dar clases. Si no lo amara, hace tiempo que hubiera mandado a más de uno a tomar vientos.
Algún día les hablaré de la libertad de expresión en las administraciones. De momento me contento con decirles que no existe. Anden con cuidado. Este parece un lugar tranquilo y pacífico… No trato de meterles miedo porque yo no tengo miedo. Trato, más bien, de confesarles que no están solos. Andalucía tiene jóvenes que luchan, gente trabajadora, jueces horados, políticos sinceros. El problema es que nadie los ve porque desaparecen, como Alicia, al otro lado del espejo.