miércoles, 4 de agosto de 2010

Baja o expediente

Aun a riesgo de ser yo el próximo, más tarde o más temprano me caerá, les cuento lo que ocurrió recientemente en el instituto en el que trabajo. (Mamá, no te asustes, casi siempre digo que le pasan a otro las cosas que me pasan a mí, así que en este caso es al revés). “O te das de baja o te expediento”. Pongo una vela a Dios y otra al demonio, que conste, porque no me gustan las verdades absolutas. “O te das de baja o te expediento y te vas fuera para siempre”, le dijo un inspector a una compañera. Lo reitero y lo reafirmo: esas palabras son palabras de inspector.

No me toca a mí valorar qué pudo llevar a la directiva a invocar el consejo de guerra. Tampoco me interesan las intenciones de unos y de otros. Lo que realmente me horripila es que todos los andaluces vamos a pagarle dos mil euros a una persona que no hizo bien su trabajo, mientras que otros estaremos jugándonos la vida en la carretera, en estas carreteras tercermundistas, madrugando y luchando cada día, por tomar café. Lo repito por si se me perdieron con el hipérbaton: le pagaremos dos mil euros por tomar café a una profesora inútil. Y la inspección no resuelve nada, se limita a prolongar el problema y fomenta la picaresca. Y el centro no puede hacer nada, salvo lanzar la pelota bien lejos, a otro año y a otro centro. Y esa compañera volverá y si no está en condiciones de dar clase, por el motivo que sea, o ha descubierto que se está mejor sin hacer nada, como auguro que pasará, volverá a escuchar la misma resolución de alguien: si no vales, date de baja. Y cobra igual, claro. Cobrará dos mil euros por tomar café. ¡Inquietante! Y a mí me da envidia, mentiría si no lo confesara o si dijera que es sana. Me da envidia que sirva lo mismo trabajar que no hacerlo, si lo que subyace no es un problema de salud, sino una pura cuestión de capacidad.

Hay, dentro del profesorado, docentes que jamás aprobaron un solo examen en unas oposiciones. Algunos se apuntaron en una lista en el momento adecuado. Por culpa de somanta panda de inútiles, otros nos vemos manchados y se cuestiona el buen nombre del gremio. ¿Se imaginan cuantísimos millones de euros se tiran a la basura, cada año, subvencionando gandules? ¡Claro que los docentes estamos acomodados! Nuestros contratos son, ni más ni menos, lo que le ocurrió al Betis de Lopera: a perpetuidad y sin ningún plus por incentivos. No creo demasiado en la ley de calidad, que conste, soy agonóstico, pero sí pienso que todas las estructuras vigentes fomentan el inmovilismo. Y ante todo, y sobre todo, me revienta las narices que con mis impuestos se pague el salario de alguien que estudió unos meses y que vivirá de ello toda la vida sin dar un palo (bien) al agua. Es una triste guasa que seamos tan intocables, y se lo dice a alguien a quien le viene de perlas ser intocable.

Admito que pongo una vela a Dios y otra al demonio, cuando solicito más ayuda, más autoridad, mejores condiciones, menos alumnos por clase, y cargo contra nuestro propio bando… ¿Acaso un gran poder no conlleva una gran responsabilidad? Y eso implica que quien haga la trastada, la pague. Y si alguien no resulta válido, no está de más que lo echen. Porque si alguien no enseña a leer a los alumnos, me llegarán salvajes a cuarto. ¿Y quién será el guapo que los titulará, entonces? Admitámoslo, somos un colectivo que vive demasiado bien en algunos sentidos. Y en otros, ¿qué me cuentan?

Este viernes faltaré porque tengo asuntos personales importantes. He preguntado a la directiva si había alguna solución y me han dicho que me vaya al médico. ¡Volvemos con la picaresca! Esa es la solución que se te dan siempre, pues no hay licencias para necesidades básicas. Somos los únicos, o casi los únicos, funcionarios sin días por asuntos propios. ¿Acaso no tenemos una vida propia? Y a ese cargo, por esa cuenta, cualquier situación importante nos lleva al médico a fingir que nos duele un dedo del pie o que anoche estuvimos vomitando profusamente. Y te toca ir, perdiendo la mitad de la mañana que has robado, a mentirle a un facultativo que, la mitad de las veces, te firmará lo que quieras, pues eres de la privada y él también cobrará por cada firma que eche. Conseguir una baja, como bien sabe y recomienda la inspectora, es fácil. Acudir al médico, si tu hija se te casa, lo es mucho más. Por cierto, ¡miren qué gracioso! En el ultimátum de la inspectora no impuso la causa de la baja. ¡Qué suerte que te dejen elegir!