miércoles, 4 de agosto de 2010

Isabel

Esta semana operan a la profesora de Apoyo. Sobrevivirá. Porque es una mujer fuerte, pero sobre todo porque tiene un corazón importante. Y me da por pensar, mientras se tramita su baja en algún despacho del Instituto, en lo poco que valoramos su trabajo casi siempre. A pesar de que atiende a lo “peor” de cada casa, o tal vez por eso, nadie le atiende a ella. Lo admito, y lo reconozco, jamás me dio por descubrir, hasta este momento, qué se esconden tras las siglas PT. Es maestra, claro, porque su vida la ve con la sencillez de todos aquellos que lo comprenden todo. Y su cometido, cómo no, es atender a los niños que nadie domeña. Su cometido es dar a leer a los que no saben (nada), soportar a los que nadie soporta, adaptar curricularmente a los bajos, los más pequeños y sencillos, que llegan a la secundaria siendo todavía primarios.

Yo, tras su mirada firme, tras los gritos que no siempre da, creo ver la entereza eterna de una mujer que tiene entre sus manos el reto de integrar lo diverso y derivado. La admiro. Se lo cuento: llegan a secundaria muchos alumnos, tras cada curso, que no superaron los objetivos de la primaria. Pero tienen que estar. Por edad y por cojones. Y tras nombres tales como Joshua o Jonathan, ella se busca las habichuelas y se las busca a ellos, que es un reto mucho más complicado y hermoso. Porque en su clase siempre está el mundo estancado. Por eso y por ella nunca pasan los años, pues sus adolescentes no dejan de ser niños jamás. Siguen, cumplidos los dieciséis, leyendo novelas de Barco de Vapor. De las sencillas. Y por este motivo siempre la imagino como esa Wendy que no traicionó a Peter Pan, que optó por no crecer, a pesar de que la adultez atesore otras ventajas, de entre las que descarta el adulterio.

Porque la “T” de la “PT” es de “terapia”. Y ella es una terapia, una terapia llamada “paciencia”. Porque la “P” debería ser de “paciencia” y no de otra cosa. Y su terapia de la paciencia consigue doblegar los espíritus más revirados. He escuchado decir a muchos compañeros que los PT viven bien, pues tienen pocos alumnos y acampan en el Olimpo de la secundaria. Yo vivo bien. Y cuando doy clase en bachillerato, y explico como esta mañana, la diferencia entre todos los tipos de pronombres “se”, me acuerdo de ella y me planteo lo duro que ha de ser estar encerrado toda la vida entre la unión de una “s” con una “e”, en el universo de la sílaba y de la suma. Sin más. Y, más aún, saber que tus alumnos son mirados con desprecio, sin la certidumbre de que el trabajo vale.

Y tú, por ende, como la que atiende y cura las heridas de los que se abrieron el cráneo y se saben muertos en mitad del campo de batalla, planeas entre las grietas del sistema. Es muy duro tener todas las tiradas de arena, sin ninguna cal. Aunque nunca me quedara claro cuál es la buena y cuál la mala, en el refrán. Imagino que a ella le toca la arena siempre, pues se torea sobre arena. Y sus morlacos embistes, de tan hartos como están de sentirse inferiores.

La vida del PT es un deambular constante entre materiales adaptados, entre objetivos capciosos y casposos. Mucha pedagogía para abordar el Nunca Jamás de todos aquellos a los que nadie augura demasiados telediarios. Y, entre tantos, la ves recluida en su torre de marfil, como los personajes de algún relato de Rubén Darío. Como si, en efecto, alguien la recordara, salvo cuando no está. Porque valoramos las cosas, muchas cosas y muchas veces, cuando nos toca adentrarnos de guardia y sin ella. Porque valoramos a los que se llevan a los cafres cuando estos han de regresar a nuestra aula. Eso es duro. Eso pica. Ella, en el ángulo muerto de la lumbre, ¿qué premio recibe?

Querida PT, querida Isabel, te mantengo el nombre por primera vez en más de ciento y pico columnas. Porque este es mi homenaje y mi denuncia contra todos los que hablan sin saber, hacia todos los que no valoran aquello que suena sencillo. Como si lo sencillo fuera fácil acaso. No sé a los niños, doy por hecho que sí. A mí me enseñas muchísimo. Y te necesitamos sana y salva, pronto y entre nosotros. Porque sin ti, y tenlo claro, jamás sabría responder a las preguntas que requieren de una mirada esencial.