martes, 9 de diciembre de 2008

¿Manuel o Manuela?

Esta historia sonará inverosímil, salvo en su barrio. Parece claro que Andalucía está cambiando y que poco tiene que ver ya con el retal melindroso, de valores tradicionales, que fue hasta hace bien poco. No, Andalucía progresa. Por suerte. Prueba de ello fue aquella reunión. A las cuatro y once minutos dio comienzo. Los padres, como acostumbran a hacer, no fueron puntuales, pero él sí. El tutor de sus hijos los miraba con ternura. Había optado por esperar hasta que el último de ellos se incorporara al encuentro. Ya, sí. Los miró y dijo las palabras más importantes de toda su vida: “desde el próximo lunes dejaré de ser Manuel… y pasaré a llamarme Manuela, culminando con ello mi tratamiento. Si ustedes no están de acuerdo con que sus hijos estudien conmigo, ahora que mi condición ha cambiado, lo comprendo. Están a tiempo aún para solicitar el cambio de grupo. El director, estoy seguro de ello, tendrá a bien posibilitarlo”.


Sí, sí. Han leído bien. Pronto se iniciaron los rumores, sobre si su mujer estaba o no satisfecha con el cambio (quien me contó esta historia asegura que sí, que no peligra dicho matrimonio). Los había curiosos, preocupados, atrevidos… ¿en qué consistía exactamente la última fase del “tratamiento”? ¿Sería preciso pasar por el quirófano para ello o la cuestión se reducía a un mero cambio de look? No mejoraba demasiado las cosas el hecho de que Manuel sirva, intachablemente, eso sí, a la Enseñanza Pública en un colegio de Primaria. ¡Cuánta hipocresía! ¿Cómo es posible que a un padre le parezca mal que sus hijos de ocho años sean atendidos por él/ella, ahora? ¿Acaso cambia algo, más allá de lo evidente? ¡Qué intransigentes!


Lo que jamás llegó a ver el maestro, eso sí, fue una conversación que aconteció pocos días más tarde. Sus antiguos alumnos, ya en el Instituto, se replanteaban su infancia entera por el mero hecho de haber sido educados por un/a maestro/a. Pónganse en su caso: todos hemos tenido algún venerable docente al que hemos idolatrado y tenido por referente. Si mañana, en la cola del súper, a un tris de conseguir las entradas para un concierto o celebrando la Fiesta de la Vendimia, nos lo encontrásemos vestido de mujer, con un bolso, y con todo lo demás, al hombro… ¿Qué pensaríamos? No lo juzgo, que conste y por supuesto, solo constato la zozobra de los estudiantes, que se miraban entre sí y que no lograban evitar un diáfano “¡jo, tú!, ¡qué palo!”


Durante la hora de tutoría surge el tema y uno de ellos me transmite su pesar. “Es que si lo veo… creo que no lo saludaría”. Trato de demostrar todos los valores transversales por los que me pagan: transmito tolerancia, integración, bla y bla. Trato de incidir sobre el (que yo pienso que es el) verdadero origen del conflicto. “Antes era hombre y… ahora es mujer. ¿Dónde está el problema? Fue tu maestro, en el cole, y sigue siéndolo”. Me paro, consciente de que ya no es maestro, sino maestra, pero constato también que no se han dado cuenta del cambio de matiz. No es eso, por tanto, lo que les preocupa. O es eso… o es que están horrorizados y no reaccionan. De pronto, llego a tener la sensación de que esos chicos no son tan connaturalmente “progres” como yo creía. Tal vez, y a pesar de que pueda parecer imposible, puede que un adolescente considere que no es normal que un hombre pase, de una semana a otra, a ser mujer y que a la mujer de este no le importe demasiado el cambio. ¿Será posible?


-“No, Cuyami, si ese no es el problema, es que… A ver, ¿cómo te lo digo? El problema está en que… si me lo encuentro por la calle, ¿cómo lo llamo? Si lo llamo don Manuel, se puede cabrear. Si lo llamo doña Manuela, me dará la risa. ¡Por eso, si me lo encuentro, cambiaré de acera! No quiero reírme de él, ni hacer que se enfade, porque le tengo cariño, ¡porque fue mi maestro! ¿O fue mi maestra? ¡Joé, macho, yo qué sé! ¡Qué lío!”.


Después de veinte minutos, entre todos llegamos a una conclusión beneficiosa para ambas partes. Desde hoy, todos sus antiguos alumnos, si se encuentran a don Manuel en algún taller mecánico o viendo la cabalgata de los Reyes Magos, optarán por llamarlo “profe”, a secas. Y así no se enfada nadie y nadie se reirá: así acertarán seguro.