Este texto se publicará dentro de unos días y el tema ya habrá pasado de largo como el Autedia hace con los pueblos pequeños de la comarca. Como siempre ocurre, tras la novedad no queda nada. Los textos periodísticos pierden su vigencia pronto, y este estará desactualizado, de hecho, antes incluso de haberse publicado. Sin embargo, es el momento. No logro evitarlo. Esta mañana el despertador sonó como de costumbre, pero me he quedado en el piso. Corrigiendo, todo sea dicho, pero sin entrar en clase. Tampoco puedo volver a mi ciudad porque la Junta me hace trabajar a más de cuatro horas del lugar que reza en mi DNI. Perderé noventa euros por estar haciendo lo que estoy haciendo y, honestamente, no gano nada. No soy interino y las bolsas de sustitución me cogen un poco fuera de juego porque jamás he estado en una de ellas. Empero estoy en huelga. Mi conciencia no me permite dar clases hoy. Las normas cambian cada día, los acuerdos los dictaminan cuatro o cinco sindicalistas casposos que dejaron de representarnos cuando sus manos dejaron de tener tiza sobre ellas. Mi cuota los libera. Los libera de toda obligación docente y los encadena a otros intereses, en virtud de los cuales han llegado a donde están. Casi nadie sabe nada. Me consta que más de la mitad de los interinos de mi centro ni siquiera sabían hace unos días en qué consiste la batalla, la mayoría de los padres desconoce por completo por qué sus hijos hoy vivirán seis horas de anarquía y de servicios mínimos. Nadie lo cuenta claro, nadie te informa, las negociaciones, mesas sectoriales y demás fraudes, deberían ser televisadas. Quiero verle la cara de aquel que me entrega por un puñado de monedas.
Sin que nadie lo pidiera, decidieron ordenar a los interinos por nota y no por experiencia. Eso implicaba que muchas personas (adultas y serias) se iban a ir al paro, con hipotecas, hijos y amantes que mantener. Como, de pronto, descubrieron que eso era una barbaridad, el Plan B consiste en mantenerle la antigüedad a los que están dentro y fastidiar a los que lleguen a partir de ahora. Nuevamente habría internos de dos y tres divisiones y, para colmo, se comete una deprecación abrasiva contra la Constitución, ese papelajo según el cual todos somos iguales. Si llegaste al cuerpo antes del Día D, bien. Si llegaste el día E, que todo el mundo sabe que es el posterior al D, entonces no tienes nada que hacer: cada dos años tendrás que ganarte el sueldo y te pasará hasta el Potito, fiero opositor donde los haya, si tienes un mal día o si te tocan las bolas… y salen los temas que no tienen que salir. Cada dos años te juegas tu puesto de trabajo a una carta. Y si no te parece bien, te aguantas.
¿Por qué no nos preguntan? ¿Por qué cambian las cosas entorno a las cuales ya había consenso, en vez de solucionar los problemas reales? Somos el colectivo laboral más grande de Andalucía. Los profesores estamos por todas partes. ¿Cuántas huelgas como la de hoy son necesarias para que nos traten un poco mejor? No, claro, ya lo sé. Si alguien ajeno al mundillo permanece leyendo esto, estará ya en su cabeza lo de las vacaciones y ese mito estúpido que asegura no trabajamos nada. Ante lo cual, y como siempre, solo me resta pedir a los interesados que echen su solicitud, previo estudio de un porrón de años, y que compitan por entrar en este Olimpo tan jugoso (ah, y les deseo suerte si han de pasar antes por la trepidante experiencia vital que supone la interinidad).
Se supone que una directriz de la Unión Europea dice que hemos de reducir el número de interinos. Por ello, han tenido dos planes providenciales. El primero es regalar las plazas a manojitos en un modelo injustísimo (os recuerdo: en la última oposición ni siquiera era posible conocer las notas de tus exámenes). Como no hubo plazas para todos, la estrategia segunda pasa por quitarles estabilidad a estos profesionales para mandarlos al garete cuando sea menester. Y digo yo: ¿no sería más fácil distribuir mejor las vacantes para que no sea preciso crear cada año nuevos interinos… y que la jubilación haga el resto? Y digo yo: ¿tan difícil es crear una oposición de “promoción interna” y que las vías de acceso al cuerpo de funcionario sean diferentes para los que llegan de nuevas y para los que ya están dentro? Así cada cual sabría a lo que juega y competiría contra los de su liga. En suma, y por lo pronto, vuelvo a rogar que las normas no cambien cada seis meses y que si se cambia algo que, al menos, se haga con un poco de cabeza. ¿Veis? Siempre lo mismo. Últimamente me repito más que el gazpacho de mi tía.