miércoles, 4 de agosto de 2010

Cada maestrillo...

Dicen que “cada maestrillo tiene su librillo”. Pues ya, ni eso. A la señora inspectora de nuestra zona le ha salido de donde dijimos que todos los profesores evaluemos con el mismo libro del profesor. Todos hemos de tener el mismo formato. Me explico: si yo pongo los positivos, pongamos, en la esquina derecha de la hoja, hago mal. Si yo pongo las notas de los exámenes con letras y tú lo haces con números, uno de los dos se tiene que fastidiar. Las ausencias, los retrasos... todo ha de ponderar igual en el cuadernos que utilizaremos para calificar el año próximo. De tal modo que aquel que tenga ya su costumbre, sus hábitos, su formato, ha de adecuarse a los patrones que entre todos decidamos (y que no serán, por tanto, propios de nadie).
¿Qué mierda es esto? O sea, a ver cómo lo digo... ¿Qué se creen los providentes estos? ¿Qué se fuman en sus reuniones de inspectores? De verdad, siento volver a darle caña al mismo gremio de siempre, pero es que se lo merecen. Se le hinchan a uno mucho las narices cuando te miran con la cara transcendida y te dan lecciones estúpidas sobre lo que ellos ya no recuerdan cómo se hacía. Porque, vamos a ver si me explico, no es el hecho de tener que usar todos el mismo formato de cuadernillo del profesor, es que no sabemos qué irá detrás. ¿Qué será lo siguiente que nos unificarán? Si algo ha caracterizado siempre a nuestro gremio es la posibilidad de llevar a gala tus neuras con gran decoro: ¿acaso no puedes ya hacer nada que te caracterice? ¡Se busca que todos los profesores seamos iguales! ¿Todos tenemos que hablar, explicar y respirar igual? Y como ellos nos digan, de hecho, de la manera en que nuestra inspectora determine.
Si cada maestrillo tuviera su librillo, cada maestro diría lo que estima más oportuno. Y entonces... ¿cómo sería posible controlarnos? ¡Seríamos libres! No se fían de nosotros. Los inspectores cuestionan nuestra autoridad, nuestra profesionalidad, nuestra buena praxis. Para colmo, la dirección de nuestro centro nos han prohibido quejarnos. Es mejor no cabrear a la inspectora, supongo. Porque los inspectores cabreados piden más papeles. Y eso es malo porque nos hacen trabajar más. ¡Y somos funcionarios, claro! ¡Y los funcionarios no queremos trabajar más, aunque lo contrario suponga vivir esclavizados!
¡No, no y no! ¡Que no quiero! ¡Que no quiero que me cambien mi libro del profesor! ¡No quiero trabajar así! ¡Estoy harto del trabajo en competencias porque nadie es competente para evaluar competentemente una competencia! No soporto las pruebas de diagnóstico, la comparación de resultados, los informes sobre por qué los informes no están suficientemente informados. ¡Es estúpido! ¡Esta burocracia no sirve para nada! ¡Que nos dejen vivir! De un tiempo a esta parte, la inspectora ha hecho suyo uno de los despachos. Es como si viviera en el centro... ¿Acaso no se da cuenta de que nosotros estamos deseando que se dé la vuelta para hacer lo que nos da la gana? ¡Y ella siente que ayuda!
Nos pasamos toda la vida luchando por proteger la diversidad de los alumnos... ¿y quién defiende la nuestra? Porque el sistema educativo enriquece porque somos diversos. En la diversidad está la diversión, de hecho. Si todos utilizamos el mismo librillo, y que conste que esto es solo un ejemplo sobre lo mismo de siempre, ¿dónde dejamos la libertad de cátedra? ¡Ah, ya! ¡Esa se derogó! Ese concepto ya no es actual y si lo utilizo parezco de derechas.