lunes, 1 de noviembre de 2010

Aspirantes a la cárcel

He tenido conocimiento de una actividad, que se está desarrollando en algunos centros educativos, y deseo compartirla con todos vosotros para generar un poco de polémica, como siempre. Como podrá intuirse por el titular de este artículo, me imagino que esa es su razón de ser, la dinámica guarda relación con la cárcel. Más aún, con los presos. Si alguien con dos dedos de frente está leyendo esto pensará “qué novedad: pedirle a los alumnos que ayuden a los presos a escribir más correctamente, a modo de voluntariado”. Lo acepto: no es una genialidad que nuestros chiquillos, clases medias del incipiente porvenir, dediquen su tiempo a humanizar a personas que lo han perdido todo, llevándoles ropa o cuitas. Está bien y es sano.

Pero no. Es al revés. ¡Tachán! Llega aquí el golpe de efecto que de mí esperaban. Son los alumnos los que están llamados a aprender de los presos. Los presos son llamados a compartir sus experiencias, a transmitir la incidencia que han tenido las drogas en sus vidas, para mostrar testimonios de maltrato, delitos e infortunios, toda suerte de actitudes de lo más educativas. En algunos lugares se lleva a los presos para que relaten sus correrías, sus hazañas, un poco como el Aripreste de Hita relataba sus golferías con el pretexto de ser un contraejemplo, de ser vistos por las futuras generaciones a modo de antihéroe. Sin embargo, ¿eso sucede acaso? ¿Acaso alguien era capaz de leerse el infumable “Libro de Buen Amor” sin el morbo consabido de aprender mucho en la materia de las cosas obscenas?

Defiendo las dos posturas, como si fuera un columnista serio, y que cada cual se quede con la que desee. En primer lugar, es cierto que los presos son personas, en la mayoría de los casos, a las que hace bien comuncarse, sociabilizarse, sentirse útiles, expresarse, mostrar lo que han vivido. A nuestros alumnos, además, les llega un testimonio vivo, directo, que se presenta en un formato llamativo. Se cuenta que algunos han acudido al IES hasta con grilletes para salpimentar un poco más el asunto. Asumo que nuestros estudiantes, en general, gastan poca atención en algo de lo que se les dice. Por ello, si las lecciones sobre la vida son asumidas de un modo más eficaz por alguien que lleva un pijama (alegórico) de rayas, sean bienvenidos. Nuestra sociedad, nuestros centros educativos, han de estar abiertos a la realidad, integrando a todos los colectivos excluidos o en riesgo de exclusión social. No es positivo alejar a nuestros estudiantes del mundo de las drogas, de las lacras sociales como la prostitución o la fuga de capitales. Todo acaba por descubrirse y es mejor, cómo no, que ciertas cosas se aprendan pronto y en compañía de un adulto.

Sin embargo, y paso a la segunda postura, todos aquellos que trabajamos con adolescentes sabemos que ellos, en la mayoría de los casos, son especialistas en buscarle la dimensión lúdica y lúbrica a todo... pero no la dimensión educativa. Son especialistas en obtener la información que nadie desea darles: cómo se consigue la droga, cómo se comienzan las ventas, qué es legal y dónde están los límites. Quién sabe si estas prácticas no despertarán en ellos más interés por dichos campos paralaborales, nuevos estímulos, por labrarse un futuro... dentro del hampa. Además, todo adolescente que se precie admirará más al excluido, al que está fuera del sistema, a todos los que transgreden las normas, que a sus aburridos profesores. Yo también los admiraba, y no me refiero a los profesores, cuando tenía su edad.

No se llevan abogados. Se señala a ciertos individuos e implícitamente se les llama fracasados. Nos regodeamos de no ser como ellos, de no haber acabado (de momento) donde ellos. Pero no se lleva a un notario, ni a una jefa de ventas de una organización prestigiosa. No se nos muestra el ejemplo positivo. ¿Acaso no sería más eficaz mostrar la vida más próxima a las películas de Disney, contando que aquellos que hacen las cosas bien salen beneficiados, que el karma imprime su enseña en todos los que trabajan por sacar el país adelante y no por meter en él más droga? ¿Tan difícil es ayudar a los alumnos a sentirse motivados, insuflarles las ganas de cambiar el mundo, de un modo sano?