lunes, 1 de noviembre de 2010

¿Huelga?

Se puede tirar de hemeroteca y se verá que, en estos cuatro años, las he hecho todas. Hice las huelgas de interinos, no siéndolo, y también las de funcionarios. Me faltó tiempo para parar cuando agredieron a un compañero mío y, por supuesto, reivindico más dignidad, más coberturas, menos enchufes y más salario, cada semana. Por pedir, que no quede. Y más en vista de la importancia que nuestro gremio posee para la sociedad, y la poca cuenta que nos echan, con demasiada frecuencia, los medios y las autoridades. El problema es que, en este preciso instante, mientras escribo estas líneas, no he decidido si hacer la huelga, esta vez. Os quiero contar cómo me siento, simple y llanamente, por si le sirve a alguien o por si alguien me quiere ayudar a mí. Si alguien se siente como yo, que me escriba: me vendría bien cualquier consejo o afán de comprensión.

Si voy a la huelga, me temo que no cambiará nada. De hecho, nadie tiene demasiado claro qué demonios demandamos. Si se buscan mejores condiciones laborales, me quedo fuera de cualquier petición. Si peleamos por estatutos más justos, poco me incumbe, pues yo no tengo. Si queremos que cambie el Gobierno, para eso están las elecciones. Si nuestro afán es reivindicar nuestro malestar por la situación generalizada del país… ¿Acaso no lo hacemos a diario, mientras tomamos café? Si voy a la huelga, perderé un día de salario, mientras que los sindicalistas que llevan las pancartas sí cobrarán su sueldo y sus dietas. Si voy a la huelga, se especulará sobre mi profesionalidad, los alumnos perderán clase, y los sindicatos se sentirán respaldados y sacarán pecho. No quiero que saquen pecho. No en mi nombre. No se lo merecen, pues viven mejor que yo el resto del año. No me siento defendido por la inmensa mayoría de ellos y no siento que yo deba defenderlos a ellos, esta vez.

Si voy a la huelga, el Gobierno dirá que hemos ejercido nuestro derecho constitucional y que eso es bonito y entrañable. Los sindicatos dirán que los trabajadores somos los que tenemos el control del mundo, puede que hasta del universo, aunque eso no podría ser más estúpido. Si voy a la huelga, mis compañeros que trabajen ese día habrán de hacerlo doblemente, y mis nuevos jefes se plantearán cuál es mi ideológica política… puesto que la inmensa mayoría de los profesores de mi instituto han manifestado ya que no la harán. Puede que me perjudique hacer huelga, de hecho. No habrá piquetes, pero sí habrá piques si no voy a trabajar.

Si no hago huelga, es posible que nada cambie. Sin embargo, el Gobierno no podrá decir que la incidencia del paro ha sido mínimo, puesto que eso sería dejar en vergüenza a los sindicatos, que son sus amigos. Si no hago huelga, me sentiré mal cuando vaya a trabajar, puesto que tengo muy claro que no se están haciendo bien las cosas, desde arriba. Si no hago huelga, será difícil quitarme la sensación de que podríamos haber hecho más, de que fue nuestro deber hacer más, de que es imprescindible hacer más para cambiar las estructuras de nuestro obsoleto país. Si no hago huelga, daré la espalda a muchas personas que están trabajando duramente por los trabajadores, por los funcionarios, por todos los profesores de Andalucía. Ellos, una minaría de su grupúsculo, superhéroes de un colectivo connotado de holgazanes, merecen todo mi respeto y respaldo.

¡Estoy hecho un lío! Creo que voy a consultarlo con la almohada. ¿Huelga o no huelga? Y si la almohada no me saca de dudas, puede que lo decida a cara o cruz. De hecho, si tiro la moneda y cae por el lado del euro, iré a trabajar para no perder mis setenta euros. Si sale la cara de Juan Carlos, por el contrario, creo que no iré a trabajar. (Siento la asociación de ideas, es bastante cruel y totalmente fortuita).