lunes, 1 de noviembre de 2010

Opositores

Javier se sintió extrañado al repasar la lista de notas de su tribunal. ¿Cómo era posible que aquel chico, que salió tan desencantado del primer examen, y al que escuchó hablando con tantos titubeos, hubiera obtenido una plaza de funcionario? Lo agregó al Facebook y descubrió que estaba “en una relación con” una de las miembras de su tribunal. Javier pensó en interponer una reclamación, pero... ¿para qué? ¿De qué serviría? Todo el mundo sabe que las notas de oposición no tienen vuelta atrás, ni vuelta de hoja.

Aida es una de las mejores opositoras del mundo. Obtuvo unas notas impresionantes y este año, nuevamente, estuvo por encima del nueve. Por desgracia, hace dos años no hubo ninguna plaza en su especialidad para opositores libres. Todos los que entraron fueron interinos. Dos años después, siendo ella interina, se tuvo que enfrentar con el drama de no ser “suficientemente interina”. Sin un diez de baremo, ser el mejor es secundario. Todo el mundo sabe que en estas oposiciones no ganan los mejores.

Antonio, después de veinte años siendo interino, conocía a varios de los miembros de su tribunal. Al constatar que se quedaría sin una plaza por pocas décimas, llamó al móvil personal de uno de estos. Quería ver su examen, conocer el desglose de sus notas. Quería descubrir dónde se le habían escapado las décimas que lo separaban de la gloria. Ante su sorpresa, le dijeron que no se molestara en acudir. No le enseñarían el examen. Las calificaciones eran definitivas y nadie iba a explicarle el por qué de estas.

Manolo se presentó con una programación de academia. Otra chica, en su mismo tribunal, tenía el mismo texto. Eso él no lo sabía, pero al terminar su exposición, su tribunal le hizo saber que dos de los apartados de ambos eran idénticos. No trabajará este año, por un ataque de honestidad. Se sentían indignados porque alguien hubiera osado a presentarse con un texto que no era propio. Se sentían ofendidos, muy dolidos, tan decepcionados... que pasaron por alto que todo el mundo copia sus programaciones, que es habitual traficar con ellas, que casi todos los que estamos dentro, tal vez ellos mismos también, lo hemos hecho.

N. es el peor profesor con el que jamás he trabajado. Es un impresentable en el sentido más pleno y específico de la expresión. Eso sí, tiene suerte. Es un pececillo engordado por un sindicato. Por fin, después de muchos años de no-trabajo, ha conseguido un puesto en el Olimpo. Si como interino era vago, no quiero ni pensar cómo será su carrera de funcionario de carrera. Nada sé de cómo fue su examen. No ha comentado nada a nadie. Es perro viejo y sabe que hay cosas que es mejor no contar.

Aquella chica, en la puerta del tribunal, me comentó que llevaba todo el curso sin estudiar porque su padre estaba al borde de la muerte. Llevaba papeles y su cara era icónicamente patética. Llevaba ropa vieja y el rostro amarillento. Era una auténtica perdedora. Me han contado que como funcionaria come gambas con entusiasmo y con ambas manos. No sé qué pasó entre un estado y el otro. No he seguido su historia, así que no tengo los detalles.

Sergio tiene una tara física impresionante: uno de sus dedos no se mueve de un modo normal. Tiene menos movilidad en la mano derecha por culpa de un accidente de moto, que tuvo cuando era más loco y más joven. Quién le iba a decir a él que ese accidente le permitiría ganar mil setecientos y pico de euros al mes, para toda la vida. Hay que cubrir las plazas de discapacidad y si tienes un médico generoso o un buen contacto... todo el mundo se encuentra algo.

Silvia terminó la carrera, estudió muy duro y sacó las oposiciones a la primera. Por desgracia, Silvia es excepcional.