lunes, 1 de noviembre de 2010

Con Mermelada

Tengo nuevo claustro. Ahora vivo en otra ciudad y tengo mis cosas en cajas. De momento no estoy asentado y recuerdo, más que nunca, a todos aquellos profesores que dicen que nuestra vida tiene mucho de locura nómada. Despides (y despistas) a mucha gente y te regeneras en verano, esos veranos que nadie comprende, que nadie ajeno al gremio respeta. Todo es nuevo: cambian las normas, los nenes de primero nos reciben con portátiles debajo del brazo, se aprobó el ROC, aunque todavía no tengo muy claro en qué consiste, y recibimos a nuevos compañeros, procedentes de las oposiciones menos justas de la historia. Lo de siempre, más o menos, pero con tantos cambios que los que pierden la mirada en el pasado, se conduelen de que esta profesión nuestra esté más irreconocible que nunca.

En el primer claustro de mi nuevo IES, un señor calvo, que tiene el regusto de cierto acento trasnochado de Albacete, pidió la palabra para hablar de dinero. "Comenzamos bien", pensé. Con su recordatorio del famoso pellizco, de nuestra bajada de sueldo del siete por ciento, inició un reproche holgazán, algo manido, sobre lo poco que la sociedad nos respeta. "Huelga de celo", dijo. Comentó que sería interesante hacer solo lo indispensable, suspender las excursiones, abandonar los grupos de trabajo, el seguimiento de la biblioteca, dejar de formarnos, quitarle al instituto todo aquello que no sea estrictamente indispensable.

Me dolió. Y mucho. Porque creo, más que nadie, o tanto como el que más, en la necesidad de luchar, de decir las cositas claras... pero los comienzos de cursos deberían ser obligatoriamente ilusionantes para todos. Debería estar penado ir penando, perder la fe. Nos han pagado para descansar y yo me siento con ganas de volver a darlo todo, después de haber descansado; tengo muchas ganas de iniciar una nueva andadura, de buscar formas nuevas para explicar las adverbiales, de afrontar nuevos retos, con la certeza de que el sueldo es un pretexto para dar la vida por algo que verdaderamente vale la pena. En junio estaba quemado, claro, pero ahora ya no estamos en junio.

Da pena que se hable de "huelga de celo", que nos conformemos con cumplir, en un trabajo pensado para gente con principios y sin mesura. Nadie toma una tostada soltera, sin nada que la cubra. Un universo de docentes-funcionarios, en el que los de música no den la nota, en el que los filósofos no se anden por las ramas y los de Educación Física no bajen los balones de las ídem, no me gusta: no quiero un instituto sin pasión, sin cosas superfluas, con tanto celo, sin vida alguna. ¡Los alumnos no tienen la culpa de que nos hayan bajado el sueldo! Ahora bien, tal vez el problema no sea ese. Creo que muchos se quejan del dinero porque no son capaces de asumir que perdieron esa pasión del "Cantar de los Cantares", puesto que lo único honrado, el año en que no me sienta nervioso la noche previa al inicio de un curso nuevo, sería colgarla tiza y dedicarme a vender pollos asados.

A mí las tostadas me gustan con mermelada y los institutos repletos de vida, con las uñas comidas en las manos de los alumnos nuevos, con carpetas de Maxi Iglesias forradas e impolutas, con nuevos politonos que tendré que fingir que no he escuchado. Un nuevo curso empieza hoy. Y es bonito estar de vacaciones, pero me he cansado ya de fingir que alguien me escucha cuando le encuentro un doble sentido a las cosas. Tengo ganas de regañar, de escandalizar, de seducir (en sentido etimológico) y de conmover, de mentir por fines justos, con la justa medida, que yo impondré pues soy referente de virtud y de orden, aunque yo mismo me salte mis propios dictados a diario. Añoro corregir faltas en los dictados, tensar los renglones torcidos, alzar el telón y explicar con tesón, miles de cosas que no le importan a nadie, tal vez ni a mí mismo, pero que siempre "entrarán en el próximo examen".

Hoy empiezo mi quinto curso en EL MUNDO y he aprendido muchas cosas en todo este tiempo. Lo más básico, sin lugar a dudas, es que la clave para seguir haciendo lo que hago, con un poco de optimismo, es creerme que es posible alcanzar cosas que no son posibles. Tengo ganas de aportar algo, de entregar alguna clave que ayude a mis alumnos a ser más felices, signifique eso lo que signifique. Este curso será muy bueno y muy malo, me dice mi intuición. Como todas las cosas realmente importantes en la vida, me dice la experiencia.